Raíces
En un lugar llamado Raíces vivieron los habitantes del ayer, quienes, en una larga pared rocosa, dejaron escrito su paso por el mundo en forma de círculos, de espirales y otros pictogramas. Aparte de esos petrograbados, el lugar no tenía nada de raro a primera vista, pero en la noche, justo a la hora del crepúsculo, las piedras que se encuentran esparcidas por doquier en las lomas, al otro lado del arroyo, empezaban a despertar. Se veían sombras moverse y se oían voces y música de la prehistoria. Esas piedras despertaban de su sueño; en ellas vivían las conciencias de los antiguos. Sabemos que toda esa gente amó tanto a su tierra que, antes de morir, le pidieron a Dios que les permitiera quedarse ahí por toda la eternidad, y Dios les concedió el deseo. Por eso cada noche aquellos espíritus volvían a la vida para recorrer la tierra que tanto amaban.
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Toda persona que por azar miraba o se encontraba con esas sombras de la
oscuridad, se asustaba tanto que juraba no volver por ahí nunca más. Unos
decían que esas manifestaciones eran el Diablo mismo, otros afirmaban que había
un tesoro enterrado, pero nadie se atrevió a escarbar jamás.
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La paz de esos antiguos habitantes se vio turbada allá por los años 40, cuando
don Pablo Salce, el poeta-historiador de Linares, se dio a la tarea de
recolectar las rocas con grabados para transportarlas a un futuro museo que él
mismo proyectó. Mucha gente empezó a ir y venir por esos lugares, siempre en
busca de las piedras que mostraran signos, dibujos o inscripciones. Se llevaron
las que pudieron arrancar de la tierra, dejando sólo aquellas de la larga
pared. Así fue como las ánimas del ayer perdieron sus puntos de referencia y
desde entonces dejaron de manifestarse por las noches.
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Con el transcurso de los años ese terreno cambió de dueños varias veces y en la
actualidad hay grandes pastizales para alimentar el ganado. Las personas que
allá viven nunca hablan de ruidos o visiones: el lugar es ahora un rancho más
de la vasta región semi árida de México, pero con la única diferencia que aún
se conservan algunos de los petroglifos, como mudos testigos de un pasado
enigmático e inexorable
Esta leyenda, escuchada en el municipio de Linares, N.L., se publicó
originalmente en el libro Mitos,
cuentos y leyendas regionales – tradición oral de Nuevo León.
Ediciones Castillo, 1998. Monterrey, México. Y después, en el de Mitos,
cuentos y leyendas de Nuevo León. Editorial Font, 2005.
Monterrey, México; revisado y editado por Déborah Chenillo, con diseño de
Beatriz Gaytán.